sábado, 2 de diciembre de 2017

2.Pomarola


Ahí voy: poco a poco...
Cocinándome en mi propio jugo, con conciencia y a la vez inconsciente. La fiebre me saca mi mejor sabor. Me cocina bien cocida...
a fuego  lento la mirada
a fuego lento las palabras
a fuego lento...

Las valiosas perlas trabajadas, cultivadas, transmutadas de grano de arena en mensaje cifrado, las lanzamos al caldero y las vamos pochando, cociendo a fuego lento para valorar y saborear todos sus ingredientes. El fin está cerca y las brujas se ponen a cocinar el próximo inicio. Valoran, mesuran, reponen, almacenan en la despensa para los días extremos, cuidando nuestro cocido aromático y único. Las brujas son el caldero, y lo que cuece es Mongolia. La verdad es que las brujas ya no me necesitan. Al encontrarse encontraron su Mongolia colectiva. Se quedaron en la cocina, conversando sus sabidurías transgeneracionales y sus cosas de brujas intuitivas y a la vez instruidas, mientras yo intento dormir en una colchoneta en el suelo y me deshago en el charco de mi propia fiebre. Sueño que una mujer baila delante de mí, baila para mí, toda su piel está cubierta de dibujos azules. Hay un conejo con un reloj. Hay una hoja verde con un gusano. Hay una mariposa que vuela como una doncella desnuda y alada. Los dibujos también parecen bailar. Entre las brujas había una que pintaba con azul de metileno. La tatarabuela de alguien que fui hace mil años, antes del fin del mundo, me pintaba las amígdalas de azul cuando iba a darme gripe, y así me salvaba de la muerte, pues operarse puede ser mortal en hospitales que perdieron la asepsia, las camas, la anestesia y hasta el algodón. Mi camino hacia las estepas, hacia las tundras, vuelve a ser solitario. Así es como debe ser: caminando un paso tras otro. El tiempo se dilata. Me queda un puñado de días, tantos como dedos. Me miro los dedos, imagino que cada uno es un día de caminata solitaria. Respiro profundo. Recuerdo que se trata de calzar zapatos de fierro, que se tienen que gastar caminando. Sé que habrá vientos adversos, y no sé si de camino hallaré esas dulces viejecillas, las madres de los vientos, que me den cobijo cómplice. Si tengo suerte lograré toparme con una chamana siberiana, de esas que saben que es necesario volver al lugar donde el alma perdió un trozo de sí, por un gran susto o un gran dolor. Están comenzando los fríos, debe ser el Viento del Norte. Deliro a ratos, culpa de la peste azul. Mientras nadie mira, mientras los que quedaron rezagados de la fiesta están reunidos alrededor de los rescoldos, mientras nadie me ve, salgo al páramo para llegar a Ukok. Por ahí sé que está la luna, me mira curiosa. Ya Pacheco bajó de la montaña, quizás pueda socorrerme si llego a tambalearme, si llego a caer, si me desmayo, si me da mal de páramo.
Es de noche, está oscuro, pero el camino relumbra.
¿Son piedritas o perlas esas que veo?

<--HACIA ATRÁS

4 comentarios: