jueves, 21 de diciembre de 2017

8.Girasol




Entonces hoy es el día. Desperté con una sensación clarísima, de algo que tenía que tener muy presente. Una de esas sensaciones clarísimas con un mensaje tan obvio que era casi trivial, sin dejar de ser imprescindible: uno de esos mensajes que creemos productos de la razón consciente, que pensamos sólidamente enraizados en la memoria. Que no reconocemos como sabiduría proveniente del mundo de los sueños. En otras palabras: que lo olvidé. Comencé el día más importante de mi vida con un olvido.
Luego recuerdo que no tengo que entenderlo todo, para que funcione.
Voy en busca de una chispa de fuego que pueda llevarme a casa.
Voy con el corazón en suspenso. ¿Qué espero?
¿Salto hacia adentro o hacia afuera?
Te prevengo: esta no será una narración épica.

Caminé las calles de la ciudad, para despedirme.
Caminé todo el día. Vi hombres delgados con termos de café recolado caminando las aceras, vendiendo el calor de algo fuerte que ayude a pasar la mañana.Vi largas colas de gente deseando entrar a una zapatería en la que la Superintendencia Amorosa para la defensa de los derechos socioeconómicos había obligado a bajar los precios. Afuera esperaban órdenes los centauros motorizados ordenados en fila. Pregunto: ¿Qué pasó? Me contestan: Unos coñemadres que querían robar y los tienen amarrados en los baños. Una niña con un casco rosado grita: Mentira, mentira. Vi madres sosteniendo sus niños contra el pecho, mandando a los que ya podían caminar a pedir que les regalaran algo; pero ni los huesitos estaban dando. Los precios suben cada día y las polleras se vacían. En una calle solitaria, un muchacho saca un cuchillo para asaltar a una muchacha, ésta se asusta tanto que tropieza y mete el pie en la esquina de una alcantarilla rota. Viendo que no hay nadie alrededor, el asaltante se acerca, tiende el brazo musculoso, le da la mano a la muchacha para ayudarla a salir, le dice suavecito "Ay catira, tú lo que necesitas es un novio como yo para que te cuide."

¿Adónde voy a saltar, ah? Dime.
Clímax. Anticlímax. Después de la expectativa, la espera. No todos quedarán contentos.
Me pregunto si he cumplido, si se ha cumplido lo que había de cumplirse en esta aventura de ventiún días dentro del recorrido de ciento cuatro días, si toca mirar más atrás, cinco años atrás, si habría que escuchar más fuerte a las estrellas. ¿Me sigues? Siempre quedarán zonas de intriga y misterio en el recorrido, por fortuna: algo que no termina de saberse con claridad, porque sólo puede entenderse aplicando otros sentidos.
Gracias por el empujón, cada vez vamos un peldaño más allá, es decir: más cerca, es decir: más acá. Hemos caminado juntas, hemos compartido llaves, alucinaciones, la intimidad de los corazones. Hemos podido abrazarnos. Juntas alimentamos el motor, reunimos la energía para el salto; fueron muchos días, algunos nos distrajimos. Pusimos la olla al fuego, dejamos que subiera la presión, y ahora estamos en suspenso, a la espera, a ver si se hace o se deja de hacer, a ver si se captaron las señales. Clímax y anticlímax. Durante todos los meses en que las sombras se han ido alargando, se ha estado preparando la bendición para esta noche. Desde puntos distintos del globo y del tiempo, vamos hacia la noche con una sensación erizada en el cuerpo, atentas a lo que nos llama y succiona. Habrá un trozo de cada una en el salto; y el salto al fin del mundo pasa por Mongolia, lo sabes tan bien como yo, es un salto que sólo puede darse de una manera.

Si encontraran este cuaderno en un callejón, diría: la luz fue un fuego dorado sobre cada cosa erguida, significado y significante, contra el cielo. Ardía suave, dulcemente, todo lo que la última sonrisa del sol tocó. De la luna sólo estaba iluminada una franja delgada como una uña cortada. Una muchacha que camina como un chico --camiseta negra, jeans desteñidos, botas, el cabello recogido en un moño estrecho, pegado a la cabeza-- entra en casa con dos bombonas de raid matabichos y dos rollos apretados de papel de regalo. Un enano, con botas ortopédicas que atenúan la inexactitud de la simetría, descarga gaveras de fresas enormes y muy rojas. En el taller mecánico, adornado con una cabeza de ternero disecada y jaulas donde menguan dos loros tristes, han montado una mesa larga y están todos sentados, rodeados de autos cubiertos de polvo, con la parrillera abierta humeando, oliendo a chuleta y chorizo. Un niño con una melena espesa y camiseta del hombre araña se acerca a preguntarme qué miro; bebe de un vaso de plástico con tapa, me dice que están de fiesta. En la tipografía hay cajas de cartón por cada año de ejercicio fiscal, la memoria de ocho años acumulando polvo; la última caja reúne dos años: el negocio se ha encogido. Mientras uno limpia con un trapo la maquinaria que marca su ritmo de locomotora ronroneando, el otro ordena los tipos móviles de plomo, usando una lupa grande para distinguir qué dicen. Todo huele a tinta fresca. En el poco espacio que queda, dos bicicletas aguardan. La esfera del reloj pronuncia la hora exacta. Del expendio de la licorería salen vasos de plástico llenos de cerveza dorada y espumosa. Un hombre alto y flaco se aleja, incapaz de pagar el precio de una botella de licor. Entre las botellas exhibidas hay una pequeña planta de sábila en una maceta cubierta por un tejido en crochet. Afuera algunos hombres beben acodados a algún carro. Un vaso vacío rueda por la acera. Las paredes están cubiertas de grafitis que protestan. En la agencia de viajes la bandera nacional cuelga, fláccida. A medida que la Tierra gira, se encienden las luces de colores en las ventanas, a pesar de todo. El borde de la luna brilla intensamente, como una hendidura en la cortina del cielo. La carta que encontré en la calle dice: un viaje, avance hacia lo desconocido. Alteración. Vuelo. Ausencia.

En pocos minutos me dirigiré al Laboratorio Central de Altos Estudios Sincrónicos.
Me prepararán para el salto, me dejaré invadir por el ejercito de bionanobots que tomarán posesión de mis glándulas endocrinas, regulando la producción de hormonas del tiempo. Si hemos logrado recolectar la suficiente energía para el salto, llegaré al fin del mundo.

Se cierra el círculo. El sol está en su extremo y gira. Pienso en las caras de la flor, tendidas hacia el calor y la luz.
Estoy exactamente donde tengo que estar, haciendo exactamente lo que tengo que hacer.
Un viaje se mueve en varias direcciones a la vez y si cuesta mucho señalar dónde empieza, más complicado todavía es marcar dónde termina. ¿Ha empezado el viaje ya, o todavía no ha terminado? Mañana fui a recoger esa flor de oro que me llevó derechito al bosque subterráneo, ¿te acuerdas?, donde pastaban los caballos recién domesticados entre los caballos salvajes. El cielo sobre nuestras cabezas era de un azul imposible de describir. Era imperativo salir del jardín. Nunca pensé que llegaría este día.

Lo que tienen de grandioso los finales, son las puertas que abren.






Me asomo a la ventana. No ha nevado.



FINIS

<--HACIA ATRÁS

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