lunes, 4 de diciembre de 2017

4.Héroe


El viaje empieza al mover el primer pie, al dar el primer paso.
No recuerdo cuando comenzó el viaje, cuando comenzó todo. ¿Sería cuando encontré la carta en el libro? ¿Cuándo fue que empecé a soñar?
Ya no recuerdo cuándo comenzó la búsqueda, cuándo decidí buscar a la bruja que me enseñara a saltar. Camino desde hace mucho tiempo. El camino se ha enmarañado y desanudado de ciento cuatro formas distintas.

Quizás todo empezara cuando me interesé en el tiempo y en la posibilidad del salto, aunque estuviera prohibido, aunque fuera ilegal. Cuando comencé el entrenamiento con el Atlas104 y empecé a contar todo en base 8, 12, 96. Ciento cuatro son ocho series de doce más uno. Trece tiene la pureza del número primo y es el número de lunas llenas en un ciclo solar. Ocho es un ciclo de Venus por la bóveda celeste, al ojo desnudo. Es culpa del Laboratorio si estoy así de trastornada, pero no estoy autorizada a hablar del Laboratorio.
(¿Qué estuve haciendo todos estos días? ¿Cómo pude distraerme tanto? ¿Con qué me entretuve en vez de contactar a la astrofísico que estuvo en el CERN, en vez de averiguar cómo se salta en el tiempo, en vez de seguir con el plan? ¿Hasta cuándo tengo que perderme en el laberinto de las noventa y seis cartas?)
Recién esta noche fue que empecé a caminar, por fin me decidí a caminar en la noche; salí callada entre la gente dormida, las mujeres dormidas al lado del caldero con los restos del sancocho, lo quemadito pegado del fondo; los enamorados dormidos en las hamacas, abrazados; hundido en el sofá quien bebió de más y metido en su saco quien vino de lejos; los gatos dormidos sobre las cobijas, los perros bajo la mesa, los caballos de pie, el fuego dormido entre los carbones, soñando en ascuas. Nadie me vio salir. Deslicé el pasador y el cerrojo, empujé la puerta, salí a la noche fresca. La noche estaba azulada, dormida sobre los matorrales y los arbustos en forma de escarcha. Yo también ardía como las ascuas del fuego dormido y no sentí el frío al principio. Pasé el huerto y el horno solar para secar la fruta, pasé el tendedero de ropa, pasé el vergel de limones, seguí caminando, como si volara, como si bailara. Juro que no sentí el frío, te juro que no sentí el frío.
¿Cuánto puede durar una noche?
Una noche puede alargarse mil días, y por esa regla de tres un día puede durar mil noches. Ya pasé el tronco caído en la rosaleda, el tronco recubierto de musgo fresco y blando, el tronco sobre el cual esperé temblando, después que acabaran todas partidas de póker, cuando el juego derivó silenciosamente, virando submarino por debajo de las exclamaciones de rigor (así como esas enormes burbujas siguen su camino en el agua justo por debajo de la espesa costra de hielo); cuando sin saber cómo terminé siendo la apuesta y me dejé ganar, olvidando contar las semillas. Todo sucedió como si no pasara nada, como si fuera normal, mientras en el agua hervían las verduras y las carnes y las hierbas, y la posta crecía. Nos estábamos jugando ferozmente el futuro de cada uno y el destino del mundo entero como si sólo hubiese sido una partida de cartas. Y al final todos perdimos.
Busco maneras de medir el paso del tiempo. Mi rosa, por ejemplo, la que me regalaron: ¿cuánto tiempo duró intacta?

Había llegado al comienzo de la fiesta con los brazos cargados de rosas recién cortadas: las repartió a todas por igual, una a cada una, y parecía que cada flor y cada mujer eran únicas. El extranjero no tenía nada, pero vivía en medio de un campo de rosas y tenía manos ágiles con la tijera. Sentí anhelo y no supe reconocerlo, porque no lo había sentido antes. Quise la rosa que llegó, de pétalos brillantes como labios entreabiertos, del centro parecía irradiar una luz de intenso rojo oscuro.
La puse en un vaso con algo de agua, la coloqué en el altar presidido por la Señora que sostiene entre sus dedos delicados la perla, a la Señora que escucha bajo la pirámide vitral musité una plegaria: Ten compasión. Esa misma noche empecé a escuchar el viento rascando en los cristales, agitando las melenas de los árboles. La rosa se mantuvo intacta por días y días, parecía eterna. ¿No sucedió todo en una noche sola?
Después de la fiesta vino la fiebre, la peste azul, la enfermedad de la que no se puede hablar, la enfermedad que está prohibido nombrar. Y con la fiebre vinieron los sueños. Un día, no sé cuál día, había dejado de contar los doce días del ciclo, no sabía ni en qué ciclo estábamos y cuando volví a verla se había marchitado de forma instantánea: se hizo polvo y cenizas de la noche a la mañana. La mañana se hizo nocturna y eterna. Una sensación, una emoción, un futuro posible: cenizas. ¿O vinieron las cenizas antes que la fiebre? Será que puede renacerse de las cenizas.
Será que el ave de fuego.
Quizás pueda volver atrás y poner remedio, cambiar las cosas.
A lo mejor es posible remontar los pasos, a lo mejor es posible volver, volver atrás en los días y cambiar los mínimos gestos que pueden cambiarlo todo, alterar los puntos eventos de poco peso para que los puntos evento de más densidad modifiquen su inercia, ¿cómo es que dice la Profesora? Producir un efecto de avalancha lanzando una piedra al estanque, será que pueden mejorarse los eventos, hacerlos más amables, hacerlos más felices, acaso la felicidad es el destino que perseguimos en esta caminata.
Cuánto dura este caminar, qué largo el camino, ¿hasta cuándo?
Hace años que camino, pasado el tronco recuerdo que hay que bordear la vera de un riachuelo y luego atravesar los campos cultivados y los terrones de tierra negra por sembrar; es necesario pasar de lado por el gigantesco eucalipto que se divide en dos, recordando que en la horqueta entre los dos troncos hay un panal de abejas y que hay que pasar con cuidado y en silencio, para que las abejas no se alteren. Atravieso sigilosa ese punto también, la noche sigue brillando suavemente, con fosforescencia de cnidóforo y aguamala.
Puedo ir más lejos, cuando tuve que cambiar de universidad y dejar la biología, cuando tuve que empezar a trabajar en la biblioteca: a lo mejor fue entonces cuando todo empezó. Para terminar aquí, exactamente aquí, en este camino que sube por campos de piedras y frailejones, donde el frío es cada vez más agudo, aunque crea que no lo siento. Ya pasé los matorrales donde se esconde la curuba que puede, con suerte, con pericia, con una pértiga larga alcanzarse el regalo jugoso y ácido, restaurador en el aire seco, cada vez más frío.
Tengo los labios agrietados, la lengua arenosa.
Será que se puede volver atrás en los días, reescribir la historia, cambiar el cuento.
No sé cuanto he andado, no sé cuánto falta por caminar, no estoy segura de hacia dónde estoy yendo. Subo, sigo subiendo, me empeño sin saber por qué. Como si me fuera en ello la poca vida que me queda ardiendo.
A lo mejor estoy soñando, yo también soy un dibujo en azul sobre la piel de una mujer que baila en el sueño de alguien picado de fiebre, ardiendo en peste azul. La veo bailar, veo los dibujos bailar sobre su piel, sé que hace mucho frío.
Siento el frío alojado hace rato en los huesos sin haberme percatado de que debe haber comenzado reptando por mi propia piel, sé que hace frío y por eso subo, subo por la montaña, subo al páramo, donde haga más frio tendré más posibilidades  de encontrarme con ella. Ella debe ser la bruja, ella debe ser la que me enseñe a saltar en el tiempo.
En realidad creo que el viaje propiamente empezó cuando me leyó las cartas el avatar que en los bajos fondos del juego se conocía como LaNoviaManca, porque iba vestida de blanco con los brazos sangrantes (pero qué bien barajaba sus cartas, manca y todo). Allí estaban claritas las primeras indicaciones, y finalmente pude contar con un sentido que empezó a guiarme con vocación infalible. Ella me dio el mapa.
No es suficiente hacer la hazaña, dijo la bruja: hay que volver con un mensaje.
Quizás el viaje comenzó cuando salí de casa hacia las montañas para buscar a la bruja, pero el valle de aguas claras estaba de fiesta y olvidé que venía a saltar en el tiempo, me olvidé de mí en el descubrimiento del misterio, me olvidé en la rosa que dejó de estar intacta, que se convirtió en ceniza y polvo.
Se alargó demasiado y tanto esperé esa boca que no terminaba de llegar milimétricamente a mis labios mientras cada poro de la piel se abría como una flor hambrienta: ¿cuándo fue eso?
¿Cuánto puede durar el olvido? Vine para saltar en el tiempo, para eso fue tanto entrenamiento (¿el beso también? ¿incluso el beso?); quería saltar para volver al fin del mundo, porque creía en la manera de restablecer lo intacto antes del fin. Porque nací en el centro mismo del final, cuando empezó a nevar: por eso mi nombre: Blanca: porque empecé al mismo tiempo que la nieve inexplicable. El mundo terminó y yo nací. Nací cuando el mundo se acababa.
(¿Cuántas Nieves nacieron al mismo tiempo que yo? ¿Cuántas Blancas? Es pecado de orgullo creerse la elegida: todas somos pecadoras.)

Ya pasé la explanada de pinos con la laja inclinada que sirve de resguardo a la noche y la lluvia; pasé la curva después de los campos labrados, el árbol altísimo que mira hacia lo lejos el valle y más allá, al fondo, los picos nevados; superé la casita de piedras abandonada, sin asomarme a sus ventanas ciegas. Es de noche pero el camino fosforece como si estuviese bañado por una luz plateada, aunque no hay luna y Mercurio parece caminar hacia atrás: es una noche como las noches de ensueño, que son oscuras y al mismo tiempo resplandecen, donde todo puede verse, incluso las sombras.
Atravieso los campos de frailejones con sus suaves hojas algodonosas y los minúsculos soles de sus flores. El páramo me llama con su voz suave, gélida, seca, imperiosa.
Hace frio, hace muchísimo frio, descubro el frio anidado en la médula ósea, hace tanto frio como en el sueño donde veo a la mujer bailar y veo los dibujos azules moviéndose sobre su piel. Hace frio y siento mi corazón latir cada vez más lento (¿en qué hemisferio estamos? ¿acaso importa? ¿estamos atravesando la Antártida? ¿hemos matado ya a los perros?): al contrario de lo que palpitaba cuando los labios se acercaban y mi rosa todavía estaba intacta. Cada vez más despacio. También entonces, la bomba se detuvo, saltó un pulso, el tiempo se detiene
me voy hundiendo en la noche me voy hundiendo en el frío me voy hundiendo en el sueño
el viaje podría terminar aquí exactamente aquí en este punto donde sin darme cuenta me detengo inmóvil como una estatua
–de sal o nieve–
donde los líquidos se detienen sin ruido se van convirtiendo en escarcha
donde los cristales de nieve vuelven a florecer en rosas arteriales y en la médula ósea, ¿has visto las células de los huesos al microscopio?
donde estaban los ojos pica y arde el humor ácueo cristaliza en hielo de simetría radial hexagonal, caleidoscopio en noventa y seis tonos de blanco
el agua se dilata al congelarse y traspasa fronteras que no debían ser cruzadas
ciertas cosas necesitan quedar contenidas pero el agua se expande al solidificar
ya no siento mi cuerpo pero imagino que debe estar tumbado
si estuviera soñando podría verlo desde lo alto
saber distinguir si estoy boca arriba o boca abajo
la noche sobre mí como una cobija como una manta como un ala
como la mano de la diosa compasiva
mis ojos abiertos o cerrados sin ver más que oscuridad y en el frío minúsculas estrellas como los gérmenes de luz al comienzo del tiempo
estoy tumbada contra la tierra dura por el agua sólida en sus capilares y apenas noto los brazos fuertes que me levantan y me suben a un caballo.


...CONTINÚA-->
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