martes, 5 de diciembre de 2017

5.Papagayo

(hoy los colores son de Mercè, grácies!)

Floto en suspenso entre la capa de cielo frío y la capa de tierra fría. 
No sé si es de día o de noche. Floto entre una cosa y la otra. Tampoco estoy muy segura de si estoy viva. ¿Cómo se llamaba lo contrario de estar viva? Recuerdo un cuento que me contaron de pequeña, en el cual le preguntaban a la protagonista si era de este mundo o era de otro mundo, y ella contestaba: “Antes, yo era de este mundo”.
Ahora no sé a qué mundo pertenezco exactamente. Me deslizo entre capas de sentido, delicadas capas de hojaldre traslucido y crujiente, velos tornasolados como auroras boreales que titilan, dulces fantasmagorías. Tampoco me atrevería a decir que pienso, pero aparecen y desaparecen imágenes, recuerdos más bien. Tienen que ser recuerdos, o sueños tal vez. Juntos dibujan un paisaje que significa algo, pero no logro atrapar qué es exactamente.
Un mecanismo que mide el tiempo vuela asentado sobre las alas extendidas de un águila dorada. Los discos de pulsos combinados se engranan, girando en 4 x 8 = 32 divisiones. El águila me lleva a una zona desértica, entre montañas heladas, donde es tradición cazar con aves rapaces. La montaña brilla por la ladera que mira a poniente, la escarpada pared de piedra se enciende con los colores del fuego, como un espejo puesto frente al atardecer. En el cielo de un azul imposible de describir en su pureza, evoluciona un pájaro de amplias alas. Sé que es un águila, por la majestuosidad del vuelo. Puedo mirar por sus ojos, sentir el silbido del aire hendido por las puntas agudas de las plumas remeras y el sordo arrullo del plumón que juega con sorbos de viento. Tengo control cenital sobre el territorio que se desliza como una alfombra allá abajo. Mis pupilas atentas a detectar cualquier movimiento entre las rocas barren los accidentes topográficos, pasan por encima de los túmulos dispuestos como las cuentas de un collar. Debajo de la tierra hay cuerpos recostados dentro de troncos enteros, protegidos por carcasas de caballos. Reconozco a quien encabeza la sarta, adivino la tiara con minúsculos destellos de oro sobre la cabellera de crines. Sé dónde duerme cada uno, todos los miembros de mi linaje lo han sabido por generaciones. (Los hombres cazadores y las águilas cazadoras se entrenan mutuamente por varios años, mientras cazan juntos, antes de la libertad y el deber de apareamiento y cría.) Me deslizo por las corrientes aéreas, sigo las líneas sutiles que me indican los espíritus hacia la presa que ha aceptado el sacrificio. Soy la saeta en picado, directo hacia la carrera zigzagueante entre las rocas, directo al corazón que palpita y se ofrece. Soy el corazón tierno que palpita, soy la sangre tibia que será derramada. Todo sucede según lo predicho. 
Las montañas son transfiguradas por la luz del ocaso. Son tierras sagradas, buenas para el descanso más largo, la eternidad no es sino un soplo que dispersa las semillas. 


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Esta es la versión de Cris



2 comentarios:

  1. soy el papagayo, el pabilo, la cola, el papagayo vuela sin nadie que lo maneje, solo necesita el viento. pero si necesitaba quien lo construyera, de niña me gustaba dejar ir a los papagayos.

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