Qué pasa cuando sólo faltan dos días. Qué pasará cuando falte un día.
Cómo se prepara una maleta para un salto de esta naturaleza. Y cuánta energía puede acumularse para el salto, en los últimos días. Pero hay que saber cómo almacenarla, cómo lidiar con la presión. Cuando faltan dos días para el salto, tengo un meltdown. Cómo fue que me metí en esto, me repito, para qué. Empieza a rodar la maquinaria de la justificación, como n pequeño bote que atraviesa el lago encrespado de la memoria. Este es el día en que me bato en duelo con los recuerdos y pierdo.
Yo estaba junto a la estantería de poesía. (En la Librería también se venden libros usados; hay pequeños tesoros que vienen con una dedicatoria, por ejemplo Zapatos de Fierro con una dedicatoria de Isaac Chocrón). Tenía en las manos un libro de Eugéne Guillevic, traducido por Ana María Del Re. Tenía la página abierta en el poema:
Las ranas/No son indispensables.
Los senderos no están/Fatalmente trazados.
Me había quedado pensando en eso de que las ranas no son indispensables. ¿Para qué serían indispensables las ranas? Los senderos que no están fatalmente trazados me recordaban el jardín de los senderos que se bifurcan; y pensaba en el bosque, que es como un laberinto que es al mismo tiempo quien lo recorre, superando encrucijadas, sacrificios, en busca del remedio a la herida. Afuera había bullicio. Mejor dicho había un peo parado, pero yo estaba enfrascada en ese mundo que que el poeta es capaz de levantar a nuestro alrededor. Abrí otra página al azar y leía:
En el reino
No hay nada
Que no busque
Encontrarse.
, cuando un movimiento en la Librería me hizo girarme. Él estaba en la sección infantil, detrás de la escalera de caracol. Estaba enfrascada en ese mundo que que el poeta es capaz de construir a nuestro alrededor. Y sin embargo, voltié a verlo. Había algo incongruente entre la indumentaria punk tropical, los tatuajes, la máscara que le tapaba la boca y el libro que tenía entre las manos. Era Alicia en el país de las maravillas, una edición especial de la Royal Library of London para el 150 aniversario de la primera edición, con los grabados de John Tenniel. Pero eso lo supe después. De momento me había quedado congelada, con el poemario de Guillevic abierto mientras toda mi atención estaba en otro libro, entre otras manos. Él tenía esa aura de distancia que tienen los héroes que le han pasado la mano por el lomo a su destino. Al pasar una página, algo se deslizó y terminó un poco alejado de sus pies. Él no pareció darse cuenta. Miré en todas direcciones. Más allá, en el café, un maestro aconsejaba a una discípula; el drama de los maestros es que son lo que son sus discípulos (Yoda a Luke Skywalker, episodio 8). Los libreros habían desaparecido, sólo quedaba una ordenando los libros en la estantería de biografías, los arrimaba hasta que no quedaban espacios entre ellos. Hice dos pasos de forma casi automática y recogí del suelo un papel doblado en dos. Tuve un instante de duda, un solo instante, y lo coloqué como marcalibros en la página que estaba leyendo:
No se entra
En el reino
Es él
Quien viene.
Cuando levanté la mirada que estaba en lenta ebullición, él ya no estaba. Miré hacia afuera y vi la manifestación, los carteles de protesta escritos a mano con marcadores de colores sobre pequeñas pancartas de cartón; vi las bombas cayendo, el vehículo de los estudiantes de medicina que se acercaban de voluntarios. sus cascos estaban marcados con una cruz verde. Los guardias habían desplegado sus fuerzas antimotines, los murciélagos habían desplegado sus alas entre una fila de rinocerontes, atrás estaban dos ballenas. La gente corría por las calles y las aceras, atravesando velos de humo. Debajo del puente una pancarta decía, en letras grandes: "ALTO AL FUEGO". Los guardias disparaban los cartuchos de gases lacrimógenos en línea vertical contra los manifestantes. Los Escuderos retaban a las bestias y les lanzaban botellas de cerveza o frascos de mermelada rellenos de gasolina traída por los motorizados más elegantes, sembrando pequeños charcos de fuego aquí y allá. Una gran confusión de detonaciones y gritos. Oleadas de gente que avanza contra el batallón de guardias desplegados detrás de sus escudos de plexiglás, se repliega asustada, vuelve a insistir. Vuelvo mi vista a las páginas de mi libro:
Ir
Hasta el estanque
Tratar, esta vez,
De no
Hacerle preguntas
Pero el mal está hecho, el aguijón me ha cefireado y tengo el ánimo turbado. Cierro el libro.
Entonces no lo sé, pero volveré a verlo una sola vez. Me regaló la búsqueda, la posibilidad del salto.
El papel doblado resultó ser una carta, impresa con tinta color azul oscuro, que olía a esas tintas vegetales que usa el periódico japonés impreso sobre un papel reciclado impregnado de semillas, que cuando lo siembras retoñan noticias nuevas. Lo que quiero decir es que la tinta olía a importado. La carta estaba encabezada y fechada en una ciudad con un nombre muy extraño, que me cuesta recordar (algo así como Ulayanbalayur, Ikh Khüree, Örgöö). Comenzaba dirigiéndose a "Mi querida", y me hablaba del entrenamiento, de la posibilidad de reencontrarnos; era una carta muy personal, cargada de nostalgia, esperanza e instrucciones precisas. Me hablaba, sí, como si hubiese sido escrita exclusivamente para mí. En ese momento no reparé en que era un poco absurdo pensarlo. Era demasiado agradable creerse la ilusión de creerse la elegida, creerse única, especial. Y todo lo que siguió derivó de esa primera carta, y de ese único cruce fallido. La verdad es que esa fue la única vez en que sentí que sin importar nada de lo que nadie dijera, y menos que nadie mi razón extraviada, le pertenecía. Nunca me había sucedido antes y la sensación me atravesó como una marejada. Ese día cambié de nombre.
Justo después, recordé Vértigo, de Hitchcock: la escena en el museo, cuando el protagonista está espiando a Judy Barton, elegantísima en su traje gris y su cabello rubio platinado recogido en un elegante moño, la mirada perdida en el gran cuadro de Carlota Valdéz, que nos mira intensamente mientras los espectadores los miramos. Mucho más tarde sabremos que en ese juego de miradas hay otra adicional, que espía a todos sin ser vista. Esa fue la mirada que sentí sobre mí: la de alguien dispuesto a atravesar todos los bosques que hicieran falta, manteniendo la promesa de no comer ni beber hasta encontrarme; alguien capaz de colaborar a hilar la flor de plata y la pajarera en oro. Alguien que no estaba delante de mí dejándose mirar con un libro en las manos, sino que observaba la escena desde atrás, fuera de mi campo de visión, sin ser visto.
Pero qué iba a saber yo. Me dejé raptar por los ojos entre los libros, por supuesto. Mi agua reconoció su agua, se agitó en oleaje exaltado, buscando evaporarse y condensarse en nube para lloverme dulce sobre mojado. Era apuesto, intrigante, distantísimo: perfecto para entregarme el sacramento de la floración.
Sentí el pistilo erguirse en busca del polen.
La próxima y última vez que lo vi, también tenía entre las manos a Alicia en el país de las maravillas, aunque se trataba de otra edición, más moderna, ilustrado con reinterpretaciones geométricas de Alicia, su gata, el conejo, la Reina de Corazones. La alegría inaudita de volver a encontrarlo me duró poco: a su lado había una mujer bellísima, que sonreía. Su sonrisa me atravesó como la cimitarra penetra en la carne blanca y perlada de la berenjena. Sin pensar nada retrocedí dos pasos, me di la vuelta y salí corriendo de allí.
Me llevó muchos meses dilucidar quién podía ser ella, y entender por qué me había sonreído.
Cuando salte al fin del mundo, no se me vaya a olvidar que es por amor.
Ya comienzo a extrañar este mundo.
...CONTINÚA-->
<--HACIA ATRÁS
Por un momento me pareció estar leyendo a Rudyard Kippling y su amor En Tinieblas por Maisie.
ResponderEliminarEstupenda narración Novia, quede embelesada, fascinada, deseando ser él por un ratico (no ella) para observarte de cerca y beber tus palabras.
Hace rato que estoy deseando encontrar otro de tus libros. Cualquiera! Pero otro! Ya Ruinas me lo se de memoria.
Lo que voy a hacer ahorita mismo es un copy/paste de esta Ola del Rey Salvaje y también me la aprenderé de memoria. Y listo y se acabó.
Muchas gracias preciosa Myrna por tus palabras!
ResponderEliminarOjalá te guste también el final, cada capítulo es diferente, estos 21 días han sido una aventura dentro de la aventura.
No sabes cómo me emociona lo que escribes.
Escribir es mi tabla de salvación. Busco con mucha valentía algo que pueda llamar mi voz y la única manera de encontrarla es seguir las pistas de aquello que resuena con lo que quisiera escribir. El camino es retador.
Alivia caminarlo en buena compañía. Gracias.