lunes, 18 de diciembre de 2017

5.Témpano


Sólo faltan tres días para el momento del salto, me imagino que lo tienes claro. Después de eso, será difícil que nos comuniquemos, pero seguro encontraré la manera de enviarte algún mensaje. Por favor, concéntrate. Necesito una gran cantidad de energía para el salto. En realidad no es la cantidad lo que es importante, sino la calidad enfocada de esa energía. Por favor, reúne a un grupo de mujeres, deben activar su glándula endocrina mayor según instrucciones que te envío en doc anexo. Cuento contigo para que el salto no yerre las coordenadas.
Hoy salí a la calle porque media ciudad estuvo sin luz, sin explicaciones, y así la máquina de hilar no camina. Más tiempo perdido. En los pocos días que faltan, esto empieza a preocuparme. Luego recuerdo que todo está pasando ahora y me calmo un poco, no demasiado. Las calles, huérfanas de semáforos, están atestadas y más caóticas que de costumbre. En medio de la avenida un hombre suda, a pleno mediodía, la mitad del cuerpo metida dentro de una alcantarilla. Tal vez esté relacionado con el apagón. Tiene las manos llenas de un aceite negro y espeso, y la mirada desesperanzada. A su alrededor los automóviles pasan a toda velocidad, intentando burlar al otro, adelántandose al paso que habría de haberle correspondido. Las grandes camionetas cromadas, pesadas de blindaje y ciegas de todas sus ventanas oscurecidas, son las más agresivas. Es un milagro que no se lleven por delante al segundo hombre se se encuentra un poco más allá, con los mismos ojos desconsolados y el esforzado desespero de quien ha de trabajar en el subsuelo, con las mismas manos chorreando aceite negro y espeso sostiene una guaya formidable. Las camionetas los superan indiferentes, vomitan su rabia a bocinazos cuando un camión de tablitas, al volante un hombre humilde de rala barba canosa, se accidenta atravesado en medio de la vía. Los autobuses parecieran que se fueran a voltear, de tan llenos que están, se ve que no debe haber metro por la falta de luz. Las colas para tomar el transporte público son infinitas.
Llego caminando a la Librería. Todos están reunidos en torno a un psicoanalista famoso, quien está explicando cómo Ariadna es una virgen ascendida en forma de Corona Borealis. ¿O era Australis? Habla con mucha erudición de las advocaciones de lo femenino.
Hace tiempo que paso de largo frente a la sección de poesía. Tomo del estante de tecnología un libro sobre historia de la nanotecnología, desde el discurso de Richard Feynman, pasando por grafeno y nanotubos de carbono, hasta los ingenieros subversivos locos de Plastiland y los fabricantes de pastillas de nanobots para aglutinar las partículas de microplástico alrededor de metales pesados imantados. Son conocidos los peligros de la nanotecnología en manos inescrupulosas: mutar enfermedades, crear bioarmas o clones genéticos. La famosa frase de Feynman, que se supone sirvió de bandera a los investigadores de lo infinitamente pequeño: "Hay mucho espacio al fondo" me hace pensar en las busetas, donde los choferes intentan comprimir a la mayor cantidad posible de pasajeros. Pero en realidad lo que me fascina es la parte en que Richard Feynman decide que quiere visitar Tuva por las estampillas que coleccionaba de niño, y su capital porque una ciudad sin una vocal es justificación suficiente para atravesar la mitad del globo terráqueo. El asunto es que Tuva está cerquísima de las Montañas Resplandecientes de Altai; y que esta anécdota no tiene nada que ver con nanotecnología, lo sé, pero ya sabes que cuando se tiene una idea fija como una obsesión, todo lo que vemos, escuchamos o leemos parece reconducirnos a ella.
Hay otra persona en la librería, que no está en el corro alrededor del psicoanalista: es una mujer joven que está de pie al lado de la estantería dedicada a los viajes. Me llama la atención por algo que no logro identificar de inmediato, un aire familiar. Tiene en las manos un libro titulado Sueños árticos. En la portada hay un inmenso témpano azul. Es muy raro el color de los témpanos, fue una enorme sorpresa enterarme de que eran azules.
Me recuerda que esta mañana, justo antes que se fuera la luz obligándome a salir a la calle, logré ver un video que llegó por wasap, anunciando las ecobolsas hechas con almidón de yuca: empezaba con la foto de una bolsa flotando en el mar, de la cual sólo podía verse una punta, mientras la parte mayor estaba oculta bajo el agua. Una imagen poderosa puede ser más elocuente que las palabras, solamente si conocemos bien las implicaciones de lo que estamos viendo. Mientras miro distraídamente, sin pensar en nada en concreto, mi cerebro empieza a hacer algunas conexiones: el témpano está hecho de memoria muy antigua; el agua tiene memoria; el témpano es memoria congelada hablando de lo que se ve (poco) y lo que no se ve (mucho). Nanotecnología. Una pequeñez puede ser inmensa. Memoria congelada en el agua. Saltar en el tiempo. En realidad, sólo veo la punta de lo que viene. Debe haber todo un iceberg debajo, me imagino como el Titanic dirigiéndome hacía una destrucción segura. Sigo atenta a la alerta porque me absorbe energía. A veces siento que es pesado ver el iceberg, o solo saber que está ahí, y tener que decirlo. También puedes optar por saberlo y no decirlo. Pienso en el témpano como una representación de lo que conocemos como "verdad": memoria congelada, con varias facetas, de la que sólo puedes ver una punta, sin conocer la totalidad. Y contra ella puede hundirse un trasatlántico. Luego pensé en las Brujas Saltadoras. Que ellas pudieran ser ese iceberg. Quise poder decir "nosotras". Que nosotras fuéramos el iceberg. Quise poder decir que en este momento no sabemos lo grandes y poderosas que somos. Esa versión me gustó mas. Que seamos el témpano, custodiando la memoria anciana, soltándola poco a poco en las aguas más templadas a medida que nos desplazamos. Que otros hagan de Titanic.
Alerta y grandeza: allí encontré el fuego escondido en el pedernal. La chispa. La memoria como una herramienta para hacer fuego.
Quizás sea simplemente algo que hace la luz sobre sus cabellos. O algún elemento de su ropa, una inusual paleta de colores, puede ser. O un perfume que no logro percibir de forma consciente. Tal vez no sea nada de eso. Pero lo cierto es que algo en la lectora de los sueños árticos me recuerda a la mujer que dejaba cartas dentro de los libros de Alicia en el país de las maravillas, como mensajes anónimos para lectoras al azar.

...CONTINÚA-->
<--HACIA ATRÁS








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