martes, 11 de septiembre de 2012

11. Uno y lo otro


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No sé cuándo comenzó mi último viaje, en qué momento moví el primer pie. Tal vez todo sean viajes dentro de viajes, como los cuentos dentro de cuentos en las mil y una noches, como las muñequitas rusas dentro de otras muñequitas rusas.

¿Quién puede señalar con un dedo dónde comienza cualquier cosa? Al inicio del Apocalipsis, cuando cayeron las torres, yo estaba en el faro y recibí tu llamada, y por supuesto tuve que pensar en Babel:

«He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros». Así, Yahveh los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió Yahveh la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie.»
Génesis 11:1-9

Sigo pensando en la necesidad de reunificar lo separado, bajo el paraguas de un mismo lenguaje, respetando contemporáneamente las diferencias que adornan cada parte. Fijarse más en las semejanzas que en las diferencias, apreciar ambas. Pelar la cebolla capa a capa, pasando de un opuesto a otro sin contradicciones, hasta descubrir cómo se combinan armónicamente en el centro. Construir quimeras, si es preciso, promover el mestizaje y los mosaicos.

Pero cada vez que hay dos, empieza el juicio. Hay una mitad clara y otra oscura, y nos asustamos cuando no podemos ver, criaturas visuales que somos. Preferimos no tener trato con la sombra, creemos estar a salvo dejándola escondida debajo de la alfombra. No estamos listos para un universo sin polarizaciones.

Será un tránsito muy duro, la santa Ola acabará con todo.

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